Una casa centenaria, llena de historias y secretos, se alza en el corazón del
pueblo. Reformada con amor y dedicación, esta antigua morada familiar ha sido
testigo de generaciones. Construida por el tatarabuelo y luego renovada por la
nieta, Luana, una interiorista apasionada, la casa ahora brilla con luz y
toques vintage.
En sus 50 metros cuadrados, la planta baja albergaba una sala, tres
dormitorios, cocina, baño, despensa y la escalera de subida. ¡Increíblemente,
hasta seis personas encontraban refugio aquí! La cubierta de cañizo y teja
dejaba pasar el sol, y las siestas de verano eran un ritual bajo su
resplandor.
Pero el tiempo pasó, y la casa necesitaba una
transformación. En 1995, el abuelo decidió elevar la altura de la troje y crear
una nueva cubierta. Aunque el espacio seguía siendo modesto, la familia soñaba
con un hogar habitable.
Tristemente, en 1996, el abuelo fue
diagnosticado con cáncer de páncreas. A pesar de los pronósticos, vivió hasta
1998, dejando su legado en la casa. En 2004, la familia encomendó a Pedro la
tarea de convertir la casa en un hogar para dos hermanas y sus familias.
Con
cariño y respeto por la historia, Pedrito, mantuvo la estructura original y
abrió nuevos espacios. Cinco lucernarios en la cubierta inundan la casa de luz.
Y en algún rincón, escondido entre las paredes, permanece el regalo del abuelo,
un tesoro que aguarda su momento para ser descubierto.
Así, la vieja casa del pueblo se reinventa, preservando su esencia y
escribiendo un nuevo capítulo en su historia. ¡No te pierdas la historia y se te
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